SOÑAR CON ARTAUD | Iván Darío González
Una botella de wiski dorada sostenida al aire que brilla como las chispas de fuego en mi mano. Y bajo la cruz verde esmeralda de mi habano que sostengo con la otra mano, se eleva un rito a los tarahumaras. En un haz de luz, emerge la figura de un actor recreando a Artaud, deambulando de un lugar a otro en una cueva en México tallando una roca en busca de peyote… la imagen se difumina entre el humo y aparto la mirada de la pantalla artificial de un cine abandonado en el que me encuentro. Después me doy un sorbo wiski y soy inducido a otra dimensión (salgo expulsado de la silla reclinable hacia arriba como en los dibujos animados) ¿en dónde estoy? Me pregunto una y otra vez, mientras imágenes en forma de espiral dan vueltas en mi cabeza. ¿Barranquilla? otro día cualquiera en el 2021 y sigo tras el vidrio de los marginados en los sanatorios, viendo cómo se reproducen electro shock de alto voltaje que van dejando ciego al hombre que duerme en una cama. Sin embargo, presiento que no saben que ahora ese pobre animal contempla más allá de este mundo, eso yo lo sé, por eso me rio _La claridad de un relámpago_ que se filtra como una gotera por el techo proyecta a una mujer desnuda; una mujer que no puedo sacar de mi mente y no consigo olvidarla. La unidad tiempo y espacio, es un mundo dentro de otro mundo, y siento a esa mujer inalcanzable desde las profundidades de mi ciudad en ruinas, que camino en la fría madrugada junto a Artaud que me dice rompiendo los códigos de mi silencio: “Deseamos durante nuestra vida lo que nos hace ser feliz y suspirar, pero ¿qué pasa cuando hay dolor y alrededor todo es náusea? es el recuerdo de un inconsciente primitivo, la confluencia de la vida que nos programó en el seno materno, pero que no sólo puede reproducirse, si no recrearse a sí misma. Desear es natural, pero no sabemos lo que deseamos, se suele creer más en un cartel que en la inocencia de unos ojos”. Artaud no se calla, y me da unas palmaditas en la cara mientras sigue diciendo: “Deseas los ojos brujos que se te escapan de tus manos, y olvidas el fulgor de estar vivo ¡cabrón!” _ pero se enciende dentro de mí un estallido de furia_ Y lanzo un puñetazo contra Artaud por robarse mis palabras y por mencionar a mi amorcito, que hasta entonces consideraba sagrada… Así pues, Artaud sonríe con la boca rota y continúa hablando: “Por supuesto (dice irónicamente) que el sufrimiento es inevitable, pero puede ser mucho mejor que la muerte: la muerte que vendrá algún día” (me quita la botella de Wiski y se la empina). Entonces ya no reconozco aquel lugar, es como si mi cuerpo anduviera en círculo por instinto sumergido en un trance… Aparezco como Randy el mago en un salón con luces fluorescentes y brillantes, pensando en los Libros, el teatro, grabados y fotografías que se apilan en mi memoria. Pero como una película en retrospectiva: me veo por un pedazo de espejo tirado en la cama de mi cuarto. Observo alrededor las maletas donde guardo mis documentos y los aparatos electrónicos que ya hacen parte de la ontología de nuestros sueños. ¡oh gran Baco! Tu espíritu nos acecha en la agonía de la noche que escupe fuego, he golpeado al sabio Artaud, discúlpame… Intentaré no sentir remordimiento pues voy en busca de mi propio camino; en busca de mi amor y también mi derrota en su presencia , en su figura que alucino cada vez que fijo mi mirada en el espiral que da al cielo, aunque las nubes a veces me arrebatan la felicidad. No encuentro consuelo con las formas, ni tampoco en las luces en esta urbe grisácea. Percibo una mirada de constante simbolismo, pero hasta los bellos ojos vienen disfrazados, ella lo sabe, sus ojos brujos no son de nadie... Un chamán me contó una vez que, mientras dormía en una acera, escarabajos empezaron a salir de su cuerpo. Decía que de ese lado de la ciudad la sombra no distingue quien vive o está muerto, entonces me doy cuenta que aquella sombra no es Artaud y nuca ha sido Artaud. Una señal de mi aguda intuición, mi vaso de licor ahora es purpura. Mi pensamiento no deja de chispear, voy comprendiendo la metáfora del flujo cerebral y hay un sonido…El pensamiento de Artaud, su onda infinita. El fondo musical es de Spinetta.
Iván Darío González
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